domingo, noviembre 05, 2006

Observador

Un día alejado de las miradas escudriñadoras de la citadina urbe;
habitada por gentes muy extrañas en su andar,
poblada de gestos gráciles e intransigentes que yacen en las calles
en esos sitios donde el gesto más feroz es, simplemente, agradable a la vista de cualquier merodeador o, mejor dicho, transeúnte.

Los mohines de estas personas, por donde transito, ahora, son muecas subversivas que tratan de esquivar las inquisidoras miraditas de los más extraños sujetos que tratan de avasallarlos y convertirlos en un modelo exacto a su imagen y semejanza. Pues, para curar esta sociedad se necesita la ayuda de varios psicoanalistas lo que esto no me atañe.

Entre estos mis pasos -los tuyos- transito por calles de olor a canela, pero no es un aroma de puta canela ni mucho menos es ese hedor que inhalo todos los días por estos lugares de realidad funesta y desesperanzadora, en donde los cláxones y el humito a tamal y a chicharrón: muerto cruentamente, son el olor de todos los días de la avenida Abancay.

No. Yo huelo a algo diferente: siento y percibo lo que otros no perciben, quizá a polvo o, tal vez, a libro de antaño pero es un olor de fino aroma. ¿Qué será? No lo sé, pero lo que sí sé es que me atrae y me cautiva desde el puente de los desahuciados ese aroma a no sé qué.

Mientras me alejo del todo y de nadie,
me asomo lentamente a tu universo
ese continente inextricable y confuso
me inserto en tu cofre de telarañas, tratando de encontrar esa sonrisa que tanto me añoro…

Sigo mirando a las gentes, observado sus gestos, escuchando sus latidos que laten a mil por hora; sigo yo, desde la banca que huele a vivo podrido , pronunciando palabras inconexas y hablando con las hadas amorfas y duendes de terciopelada piel azuleja frente al inmaculado presbiterio. Dónde mierda estás solitaria soledad.